23.3.12

Heroína pt.1

Mientras daba vueltas en la silla y apuraba el cigarrillo, impaciente por mi próxima dosis, cogí el folio de encima de la mesa y releí la carta. La arrugué hasta hacerla una pequeña bola compacta y la arrojé por la ventana. Me levanté y cerré la ventana. No necesitaba cartas de fans. No sabía como el tal Javier consiguió la dirección del hotel pero no me interesaba cuales de mis canciones se adaptaban a sus vivencias personales y le habían acompañado en algunos baches. Me metí en la cama sin desvestirme, me quité los zapatos y los dejé caer al suelo. Tenía las herramientas al alcance de mi mano. Me apoyé con la espalda en la húmeda pared de habitación de hotel y me cubrí las piernas con las sábanas. Abrí la papelina y mientras contemplaba el polvo marrón recordé aquellos tiempos en los que aún teníamos que fumarnos varios porros con la misma mora porque no nos quedaban cigarrillos, solo tabaco de liar, y bebíamos vino directamente del cartón por no comprar vasos de plástico. Rodeados de goteras y charcos. Sin absolutamente nada (literalmente hablando) en los bolsillos. Recuerdo que cuando llovía tenía que dormir con la guitarra, echándole la manta sucia y raída por encima, dejando mis pies al aire para protegerla de la humedad. Teníamos unos cuantos cubos dispersos por la casa, bajo las goteras, pero siempre podía aparecer una en cualquier lugar, de imprevisto, y de solo pensar en la guitarra recibiendo agua gota a gota durante toda la noche me estremecía de pánico. Mi guitarra era lo único que me había llevado de casa de mis padres, junto con un par de camisetas, una chaqueta, cuatro pantalones, ropa interior, las zapatillas, mi cuaderno y mi DNI. Todo lo que cupo en el macuto. Estuve ahorrando meses, tocando todos los días en el metro para poder comprarle un estuche. Y aún así tenía que cubrir el estuche con bolsas de plástico los días lluviosos porque si no lo hacía no podía dormir tranquilo. En aquellos tiempos, por las noches hacíamos una pequeña hoguera y nos sentábamos en círculo a su alrededor. Hablábamos sobre cualquier cosa. Sobre nuestros sueños. Sobre nuestros planes de triunfo. Vivíamos en una casa en ruinas, con lo justo para sobrevivir al día a día y hablábamos de triunfo. Todos menos yo. Yo era el único que no tenía sueños ni planes. Yo solo vivía, sin preguntarme el porqué. Recuerdo que a veces tocaba la guitarra y todos cantábamos una canción popular. Víctor sabía cantar inglés, así que de vez en cuando cantaba alguna de Bob Dylan. De vez en cuando les cantaba una canción que acababa de componer. O López leía uno de sus poemas ñoños, recién escritos en su sucia libreta. O Amanda contaba una de sus historias, o bailaba para nosotros a la luz de la hoguera si bebía de más. Me enamoré de ella viéndola bailar a la luz de la marchita hoguera. A veces, cuando todos se iban a dormir, bailaba solo para mí. Era mágico. Yo siempre solía estar despierto hasta poco antes del amanecer. Ella se iba antes. Me daba un breve beso en los labios, casi una caricia, y se iba a su cuarto. Yo aún me quedaba unas horas mirando la hoguera y pensando un poco en todo. Algunas veces me levantaba y pensaba en ir detrás de ella, seguirla a su habitación. Pero siempre me rajaba y me fumaba otro porro mirando los restos humeantes de la hoguera. Creo que fueron los mejores años de mi vida. Sin preocuparme por nada. Sin trabajar. Sin sueños. Sin metas. Sin nada. Solo sobreviviendo día a día. Eso fue antes de probar la heroína.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Engánchate