26.3.12

Heroína pt.2

Mientras preparaba la mezcla sobre la cuchara recordé los no tan felices tiempos en los que nos chutábamos todos con la misma jeringa. No recuerdo quién trajo la droga por primera vez, pero juraría que fue Ana. Se la había regalado no sé quién en no sé dónde. Contó la historia, pero yo no la recuerdo. Teníamos un chute para cada uno, solo por probar. Dos semanas después hicimos el pacto. Cada fin de semana alguien traería cinco chutes, uno para cada uno. Ni uno más, pero ni uno menos. En esa época creo que fue cuando empecé a componer cosas que realmente merecían la pena. Aunque dudo que fuese por la heroína más que por experiencia. Le escribí una canción a Amanda, y se la enseñé. Esa noche dormí con ella en vez de con la guitarra. Me contó que había encontrado trabajo en un club de striptease, como bailarina. Yo le dije que no quería que trabajase allí. Ella dijo que ella tampoco quería trabajar allí, pero ahora teníamos un gasto de más. Ahora había que comer, beber, fumar, dormir, y una vez al mes, comprar cinco chutes. Empecé a dormir con ella todas las noches. A veces volvía realmente tarde pero yo siempre estaba despierto. Cantando, componiendo, hablando con López, lo que fuera. López y yo íbamos mucho al cine. Siempre íbamos sobrios. Solíamos decir que el arte solo embriaga si vas sobrio. Si vas ebrio lo único que hace es aumentar la subida. Todo iba sobre ruedas hasta que un día, Amanda desapareció. Estuvimos tres días sin verla. No salí a buscarla. Temía mostrarme frágil. Además coincidió con la época de hierba en el barrio. Era muy fácil encontrarla y a muy buen precio. Yo me solía pasar el día fumado, en otro mundo, ajeno a todo y todos. Cuando Amanda volvió iba completamente chutada. Le echamos la bronca, habíamos prometido que solo nos picaríamos los sábados (eso cuando aún sabíamos en qué día vivíamos). Ella apenas escuchó una palabra. Pensé en llorar, maldecir, gritar, zarandearla y hacerle prometer que jamás íbamos a volver a probar esa mierda, que huiríamos lejos, juntos. Pero en lugar de eso cogí parte del dinero que había ahorrado para invitarla a cenar y me metí un chute. El camello me dio una jeringa nueva, a estrenar, y su número en una tarjeta. Guardé ambas cosas en el estuche de la guitarra. Cuando volví todos dormían. Me recosté junto a Amanda y me dormí. Ella ni siquiera me miró.

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